miércoles, 21 de enero de 2009

EL CUENTO DEL MOLINERO




Hubo una vez en un pequeñito y tranquilo pueblo del sudeste de la provincia de Buenos Aires un buen hombre y muy trabajador al que tuve el agrado de conocer en uno de mis viajes. Fue en una tarde calurosa cuando detuve mi auto frente a un pequeño taller al que me habían recomendado para resolver un molesto desperfecto en la bomba de agua del motor el cual hacia que sobrecalentara. Entre mates y llaves milimetradas tuve la curiosidad de conocer algo mas de este gentil hombre, digo gentil ya que me aclaró que no se dedicaba a hacer reparaciones en autos, sino que era arreglador de molinos, de molinos de viento. Lo pronunció tan orgulloso y tan suficiente que vino a mi mente de forma inmediata El Quijote Es que notaba en su expresión un aire triunfal del hombre sobre la maquina. Había terminado sus años activos reparando molinos de viento en los campos de la zona. Me hablaba con tal entusiasmo de aspas, engranajes, empaquetaduras, tensores, retenes y válvulas como un ingeniero describe a sus discípulos un plano de una maravillosa maquinaria recién creada.

"Iban cabalgando lentamente en la pradera, hasta que descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:

La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.

Aquellos que allí ves — respondió su amo —, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

Mire vuestra merced — respondió Sancho — que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

--- Bien parece — respondió don Quijote — que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y os derribaré!"

La fabulosa escena en la que Don Quijote arremete contra un gigante y es derribado por un molino de viento es, seguramente, la más poderosa imagen histórica de todo el período de la primera modernidad: es el desencuentro entre, de un lado, una ideología señorial, caballeresca —la que habita la percepción de Don Quijote— a la que las prácticas sociales ya no corresponden sino de forma fragmentaria e inconsistente. Y, del otro, nuevas prácticas sociales —representadas en el molino de viento— en trance de generalización, pero a las que todavía no corresponde una ideología legitimatoria consistente y hegemónica.

El recuerdo de El Quijote y este análisis los pongo aquí porque de aquel caluroso atardecer recuerdo al viejo molinero confesarme el verdadero motivo de su orgullo:

Había vencido no al molino, sino a sus propios miedos. Mucho antes de conocer la mecánica y el fin de un molino de viento se sentía temeroso de algo misterioso que crecía en altura en las pampas. Gigantes como eucaliptos pero deshojados. Eran estrafalarios gigantes metálicos que convertían una energía invisible traída por el viento en una fuerza útil capaz de extraer el preciado líquido de las entrañas de la tierra, pudiendo calmar la sed del ganado, dar riego a los cultivos o hacer surgir la vital agua potable para aquellos campesinos que tuvieran la fortuna de poseer uno de estos “gigantes”.

Aquí el desencuentro de este Quijote de las Pampas se dio entre la contemplación y mansedumbre de lo establecido y los cambios que la sociedad va urgiendo en su desarrollo. En un momento que, como dice la vieja imagen, lo nuevo no ha terminado de nacer y lo viejo no ha terminado de morir.

Es así que un día este hombre de aparentes rasgos duros y mirada tierna que encerraba a algún antepasado de Calfucurá se animó, y comprendió. Los estudió, los observó y meditó que no era necesario enfrentarlos, y, desafiando esta vez al Quijote, entendió que jamás sería derribado por uno de ellos. El conocimiento le dio la comprensión necesaria del porqué las nuevas tecnologías pueden ayudar y hacer la vida algo mas fácil al hombre. Desde ese día todos los propietarios de molinos recurrían a él como a un médico en las urgencias – es que no se puede dejar sin funcionar un molino un solo día- aclaraba.

Ese aprendizaje lo tomó como un legado a ser transmitido a sus hijos. Sobre una pared del tallercito, en un viejo retrato, uno de ellos lo acompañaba al pié de un vencido molino, en plena faena mecánica, con los brazos hasta el codo embadurnados en grasa, pero con una sonrisa y una mirada que reflejaba el sabor de la conquista.